jueves, 1 de enero de 2009

Lula

Lula y yo éramos de esa clase molesta de lectores que se jactan de haber leído todos los libros del mundo, o lo que era igual para los profesores mediocres de nuestro colegio, haberlos oído mencionar y fingir haberlos leído.
Levantábamos la mano para corregir a los profesores que no sabían nada, y eso no era porque fuéramos jactanciosos, si no que pensábamos que para que alguien hiciera el papel de profesor de literatura se tenía que esforzar para hacernos creer que sabía más que los libros de texto que seguían.
Confieso que también en ocasiones lo hacíamos de puro aburrimiento o porque le teníamos rencor a algún maestro.

Lula había leído más que yo, pero era imposible que Lula leyera algo en aquellos días, tan metida en las drogas que estaba que apenas sacaba la cabeza para desayunar o para no dejarse tocar por mí.

Comenzaba temprano y en orden ascendente con los vicios. Comenzaba a fumarse mis cigarrillos y llegaba a tomarse las gotas de mi abuela. Nunca se intoxicaba, nunca perdía la conciencia, parecía que su cuerpo y su mente eran motores alimentados por las capsulas, los humos y los polvos.
Lula no funcionaba, no podía hablar, estudiar o comer si no había una mezcla de cosas produciendo peligrosas reacciones adentro de sus venas.

Yo pasaba las horas con ella dejándole muy en claro mis intenciones. Llevaba revistas pornográficas y se las mostraba, y ella en lugar de espantarse o decirme cochino como las otras chicas, se quedaba mirándolas con atención como si se tratara de un libro de ciencia o un ejercicio matemático que debía comprender para un examen.
Miraba las páginas una por una, como si cada posición y cada mirada de los modelos revelaran un secreto del universo. Un día me dijo que pensaba que, tal vez, todo aquello fuera un mensaje cifrado y que cada posición correspondiera a una letra del alfabeto. Pero en el fondo no le interesaba lo que pudiera decirnos alguien que se comunica con los lectores de una revista pornográfica y por eso nunca se esforzaría en develar el código.
Pero había una imagen en especial a la que se quedaba mirando por más tiempo y con más atención. En ella un hombre musculoso sentado sobre la cama penetraba a una mujer de cuerpo perfecto que estaba sentada de espaldas sobre las piernas del hombre. Mientras tanto, y como si no fuera suficiente el gigantesco miembro del hombre entre su cuerpo, ella le hacia un gesto sugestivo con su lengua al camarógrafo o a quien mirara la foto, invitándole a integrarse a la orgía.

Una tarde mientras veíamos una película sobre Stalin me pidió prestada la revista y me dijo señalándome la foto y como si fuera un comandante que le da una orden a un subalterno: camarada el día de tu cumpleaños quiero que me hagas esto.
Faltaban tres meses para mi cumpleaños y en ese tiempo no hice mas que sufrir y fantasear con el cuerpo de Lulita, hasta el momento mi mas largo contacto con el cuerpo de una mujer había sido tocarle los senos a mi hermana mientras ésta dormía o hacía que dormía, nunca lo supe… y claro está, con las mujeres de las revistas, pero era otra clase de contacto, más mágico, podría decir.

Sufrí intensamente esos tres meses y hacia todo lo posible para acortar el plazo, a lo que Lula respondía con una palmadita en la mano que le tocaba un seno o que acariciaba su pubis por encima del pantalón.
La tocaba cada vez que ella se descuidaba, trataba de besarla cuando bailábamos una canción de Pearl Jam que en ese entonces sonaba mucho en la radio y que nos gustaba mucho. También cuando poníamos el casete en el que habíamos grabado el Unplugged de Nirvana

Cuando ella estaba sobre mi cama dormida a mi lado estiraba mi mano sobre su pecho y ella de un tirón, como si quisiera arrancármela se la quitaba de encima.
Un día con este propósito le conseguí heroína. Yo mismo la calenté y se la metí en el brazo cerca de una mordida de perro que ella tenía junto a la venita.
Le pregunté que si quería que le inyectara más y me dijo que sí, y luego sin preguntarle iba calentando y inyectando hasta que se acabó lo que había en la bolsita. Después me enteré de que una persona normal se hubiera podido morir de esta manera. Pero lula no era una persona normal, y eso sí yo lo sabía desde hace mucho tiempo.
Creo que si las drogas vinieran con un manual de cómo usarlas Lula nunca lo hubiera seguido. El caso es que aquel día comencé a tocarla, muy lento al principio, muy solapadamente, apenas la rosaba .Mientras ella continuaba tendida e inmóvil mirando las estrellas fosforescentes del techo de mi cuarto, yo comencé a hacerme constante en las caricias hasta haberme apoderado totalmente de uno de sus senos. Mire su rostro y ella había cerrado los ojos. Estuve un rato así, acariciándola hasta que decidí llevar mi mano libre hasta abajo, por dentro de su pantalón y de sus bragas. Palpe el pubis, sentí como me herían los dedos sus vellos rasurados, con un poco de dificulta logré alcanzar el comienzo de los labios, el jardín donde el sendero se bifurca, el jardín infinitamente suave. Entonces ella despertó del letargo y me retiro la mano que estaba dentro de su pantalón y me dijo con una voz perdida
-Espere hasta octubre, no joda.
Y se quedo dormida con el seño fruncido y con mi mano izquierda todavía apoderada de uno de sus pechos. En aquel momento decidí no volver a tocar y esperar hasta mi cumpleaños

El día al que me referí fue en septiembre, al que me refiero ahora fue en octubre, dos semanas antes de mi cumpleaños. Aquel día no teníamos ni un solo peso y lo peor para Lula no teníamos ni un cigarrillo ni una ruedita.
Ese día llamamos a todos los amigos que todavía nos hablaban a preguntarles si tenían algo: nadie tenía o nadie quería ofrecernos nada porque sabían que Lulita se lo acabaría todo, hasta la última ramita si le ofrecían hierba. Si era coca cogía los papeles y se quedaba un rato estrujándolos hasta sacarles el ultimo residuo de polvo y luego se lamía la bolsa para dejarla totalmente esterilizada.
Ese día nadie nos dio nada, aunque en realidad desde hacia unos meses que nadie nos daba nada o sólo me ofrecían a mí con la advertencia de que Lula no se diera cuenta.
Lula sintió una tristeza enorme y se sentó en el suelo a llorar, daban ganas de llorar con ella. Luego me pidió que le diera aspirinas pues tenia un dolor de cabeza fortísimo. Se las entregué saco dos, las miró con asco y se las tragó pasándolas con agua. Al rato sus ojos se pusieron blancos y cayó al suelo. Creo que en el momento que me acerque a ayudarla ya estada muerta o al menos eso pienso para no sentirme culpable por no haberla llevado a ningún hospital.

Le dije: ya estas muerta, Sobredosis de aspirina, quién lo iba a pensar de vos Lulita. Como te voy a extrañar cuando no tenga nada que hacer o no quiera hacer nada.
Después pensé que había que aprovechar mientras todavía estuviera tibia. Lo más difícil fue quitarle los pantalones, todo sucedió después como lo había soñado.

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