jueves, 14 de mayo de 2009

Tren hacia ninguna parte



Mi intención no era otra que la de atravesar espacios nunca a antes atravesados, llenar con mi sangre y mis palabras pesadumbres acostumbradas y monotonías dolorosas. Me lancé a enfrentar mi palabra, a decir sí a las consecuencias hostiles. A demostrar que estaba lleno de vida y que ésta necesitaba ser regalada, apostada y apaciguada en su camino hacia lo oscuro.
Me llené de esperanzas y metí en una maleta algunas tristezas a las que les tenía cariño.
Invoqué a la gran sombra, suponiendo que ella debería ayudarme en este momento. Y ya que no me quedaba otra cosa mejor que hacer para matar el tiempo, me dedique a tratar de recuperar el tiempo perdido.

En una sucia estación tome un metro que seguramente no me llevaría a ningún lado. Incrédulo leí las indicaciones.
El mapa era viejo y muchos de los lugares representados no existían, o sólo existía la intención de que fueran construidos algún día, y al parecer, esa sola intención era suficiente para Ella.

Mire a mi alrededor, en las bancas los demás pasajeros parecían simples imágenes que Ella proyectaba sobre las sillas y los pasamanos. Ninguno de ellos podía haber sido tan real como lo era yo en ese momento, ninguno de ellos sería tan preciso como yo, ni tendría la capacidad que yo creía tener para hacerla feliz.

Un anciano sonreía desde su asiento, lo imaginé como amante de la doncella turbia que negaba su belleza, que se hacía vieja a un ritmo acelerado porque quería ser poseída por ese hombre.
Hacia Ella iba yo con esperanza de cumplir mi promesa, de aliviarla, de decirle que era hermosa, y que todo aquel desengaño y todo el dolor podría ser lavado con un abrazo de candor puro. Y que ahora sólo debería despertar para poder recibir el primer beso de las buenas noches.
Atravesamos un túnel inmenso, uno de aquellos posibles amantes parecía un árbol seco, de su cuello colgaban carnes y un escapulario cuyas imágenes no eran santos, si no fotogramas de un viejo show de televisión.

De repente toda aquella visión empezó a reducir mis dificultades para poder ver la realidad a través del velo y de la farsa. Entonces nada era posible si aquello era real.

La amante no sería real, su vida estaría contada a retazos, exagerando la bondad de aquel hombre pasado o la devoción de aquel otro, mintiendo a través de mi silencio. Profanado el silencio, el espacio que yo deje para que contara su historia y me permitiera ver su real rostro.

El rostro me diría, una vez más, que el amor no era posible entre nosotros, que hay seres que parecen insectos venenosos o tarántulas, y necesitan serlo; que no podría llevar nada precioso a un callejón oscuro, lleno de asesinos y pretender salir de allí con algo más.
Todo empezó a tener un sentido distinto, el paisaje revelado era una caricatura de los sueños de poder, del odio del la amante hacia todo aquello que descubriera su propia simpleza y su vulgaridad, al que llevara una luz a través del oscuro corredor y la encontrara allí acurrucada, y pudiera ver su rostro, al que Ella suponía horrendo.

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