He llegado hasta ti para entregarte los días y las noches que siguieron a tu ausencia, la soledad siempre merecida, nunca asumida con valentía o a travéz una decisión que la hiciera digna.
Te entrego también, si te hace falta, el desastre, la verguenza y los estallidos de odio.
Sé que nada te traerá de vuelta, y sé que si te cruzaras en mi camino, ninguna fatalidad te detendrá a mi lado.
Te entrego estas hojas porque mi vida pasada es tuya, ya no me pertenece y es inútil aferrarse a un espejo en el cual ya no me reconozco.
De pedirte te pediría un gesto de incomprensión, de extrañeza absoluta, de suposición de locura. No el beso en la mejilla, ni la lastima, ni la lágrima benefactora, ni la simpatía. No he hecho nada que me redima, nada cuyo fracaso final sea digno de un aplauso.
Sólo quiero despejarme, liberarme de mí y de tu ausencia. Que sea este cuaderno el lugar en el que me vacíe, en el que quede todo sentimiento. Y que sea el cuaderno quién te añore, quién desee tus dedos sobre las hojas y tu lectura.
Espero para él tu abrazo inicial, tu lectura indiferente y sin profundidad. No deseo para él ningún gesto que no haya tenido yo de ti.
De existir algo más que pueda traerme este abandono, una confesión inesperada, o el perdón imposible, de existir serían invenciones que sólo a ti corresponden.
Vacío seré, al final, un hombre. Me entregaré a los gustos y a las ensoñaciones adultas sin sentir simpatía por el pasado.
Toda decisión sentimental será desde ahora una negación de mi antiguo ser. Aquel ser que al tratar de caminar sobre la sucia superficie de un sentimiento adverso, se ha hundido para ti y para siempre.
martes, 2 de junio de 2009
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