Para soportar la realidad Yira ha tenido que pensar que la vida es una especie de música y que sólo hace falta una nota en falso para hacer sonar el acorde de la desgracia.
Piensa que su error fue no haber esperado la bendición de su padre. Él se quedó sentado, en silencio, mirando hacia un punto muy lejano detrás de las montañas. Ella, con el peso de la maleta en la mano, no tuvo paciencia para esperar el perdón o la disculpa. Entonces le dijo adiós a la casa blanca que dejaba ver sus huesos de caña brava.
El domingo de ramos llegó a López, la vieron en misa en compañía de su tío y todos los hombres hablaron de ella. La vieja figura de Cristo, con sus ojos y su boca perdidos en la torpeza del artesano, no pudo retener para sí las miradas que buscaban belleza.
José la conocía desde antes, cuando él era un niño. Ya sabía que a Yira le gustaba bañarse desnuda en el río, a la misma hora en la que salen del colegio los chicos que espían ocultos.
Desde entonces, los domingos, todos los jóvenes sin confesarse comulgan. Rodeados de imágenes sagradas y escuchando la lectura sobre el amor y la pureza, no pueden evitar pensar que tal vez sea muy malo tener el cuerpo del Cristo sobre las manos pecadoras. Piensan que tal vez es peor lo que ella hace, sentada, mirando hacia el altar, haciéndole creer a Dios que es inocente y que no sabe nada de la violencia del semen que trata de alcanzarla y que queda enredado entre los matorrales.
En el pueblo corrió el rumor de que había sido violada en el río porque Yira no volvió a bañarse allí.
Yira tampoco vuelve a la iglesia y el cuerpo de los chicos es empujado hacia otras imágenes, algunas familiares de una tía cuyo pijama se ha trasparentado por el uso o una hermana que mientras barre revela los senos de pálidos pezones, y otras imposibles nacidas de una sonrisa que les ha regalado una vecina, o de una revista que no supieron esconder sus padres.
Ahora que las manos aprendieron a simular al otro sexo en sumisión perfecta será difícil que una sola mujer abarque todo. Y las caras y los cuerpos se combinan en la memoria y ya ninguno volverá a reconocer la identidad de su deseo.
Y tanto semen no irá a ningún lugar lejos del pueblo, las alcantarillas no podrán contenerlo y de la tierra brotará otra vez, como una fuente, y será un río, y el río inundará todo y los ahogará a todos, y Yira reirá al ver aquello.
Y Yira piensa en esto mientras mira como se masturban los muchachos. Ella los visita cuando están solos y les pregunta a dónde iban cuando salían del colegio, ellos se sienten culpables ya porque no le dijeron que la espiaban, ya porque no le advirtieron que no se bañara en el río. Ella les pide hagan lo que hacían y se desnuda y los chicos tratan de tocarla pero con ella con una sola orden los aleja. Ellos explotan en dirección a ella y se sienten humillados. Ella los consuela. Es amor y sólo el de amor de los hombres es sucio, dice antes de irse.
Ella sabe quiénes la miraban bañarse en el río, los conoce a todos pues los miraba a los ojos después que volvían a sus asientos, con la ostia aun pegada al paladar. Uno a uno los está visitando. Ninguno habla con los otros chicos de esta humillación y Yira están a salvo
José abre la puerta, es Yira. Ambos llegaron allí del mismo pueblo donde los niños y las niñas se bañaban en el río o en el mar y se tocaban desnudos. Yira y José estuvieron hablando de sus recuerdos de infancia, de cuando vivían cerca a la playa y no tenían miedo a desnudarse. Y a José se le empezó a notar el miembro por debajo de la ropa.
Ella lo frota por encima del pantalón y le pide que se toque. Mientras tanto ella se desnuda junto a un río que fluye dentro de un televisor. José trata de traerla hacia sí para besarla y Yira le da la orden de quedarse quieto y continuar. José adivina el cuchillo oculto entre cabello de Yira.
Imagina a Yira cortando su cuello y esta imagen lo hace detenerse y mirar a los ojos de la mujer desnuda.
-Ya sé cuál es tu secreto Yira, yo sé qué buscas, pero estas perdiendo el tiempo aquí porque yo no soy.
Yira se queda mirándolo un momento, después, poniendo un dedo sobre sus labios le ordena para siempre silencio. Coge entre sus manos la cabeza de José y con fuerza lo hace arrodillar aplastando el rostro contra su pubis. Con su dedo meñique se toca y le dice a José que en ese punto debe colocar la punta de la lengua. Así Yira comienza a gemir y José siente que la brusquedad de la chica lo lastima, pero no quiere decepcionarla. Una de sus manos estruja la cabeza de José contra su cuerpo, mientras la otra se desliza hasta el miembro, antes flácido y ahora excitado, y la violencia contra el rostro es anulada por la violencia, la de la mano que frota el sexo. Y ella se vuelve aun más violenta antes de lanzar un grito y se quedarse quieta. José se ha vaciado sobre uno de los pies de Yira, su semen se filtra entre los dedos de la muchacha. Él se queda mirando el charco de semen que le recuerda el color y el olor de las ostias, tal vez allí es a dónde va a parar el cuerpo de Cristo de varios domingos.
José aun esta arrodillado cuando ella cierra la puerta.
lunes, 30 de mayo de 2011
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