Desde hace 10 años que respiro dentro de una carne que no siento propiamente mía, pero tampoco extraña. Una carne compartida con otros seres que alguna vez vivieron y que habían sido olvidados con justicia. Siento adentro de mis pensamientos y de mis miedos a otras presencias que no permiten que nada de lo que tengo sea propio.
Sólo me reconozco en las presencias que invocan al olvido. Recuerdo al amigo muerto y me siento triste; recuerdo a la mujer amada, eterna presencia que se encarna en cada cuerpo que retuve a mi lado hasta dejar vacio.
Recuerdo mi niñez. La pasaba evitando todo lo que sentía dentro de mí , como si a fuerza de no mirar hacia adentro me hiciera grande.
Nada nos hace aptos para la vida y nada nos enseña a vivir, pero entonces creía que la experiencia humana podía ser compartida y me quedaba escuchando los consejos que venían del abismo a través de voces humanas.
Fue así Hasta que empecé a escuchar las voces contradictorias que había dentro de mí.
Después, mucho después, las voces me dijeron que cayera, que la materia descompuesta serviría de abono y me llenaría de energía, entonces volaría cada vez que quisiera, que sólo necesitaba saber descender y saber hasta qué punto poder hacerlo. Me aseguraron que sabrían decirme que fango debería tocar y en qué fetidez reconocería la señal para volver al vuelo.
Pero las voces dentro de mí me condenaron, mintieron, se burlaron de mí, mucho más de lo que podía soportar la burla, me mostraron que cada vez cometía un error más grande. Entonces decidí hundirlos a todos y hundirme, meter la nariz en el fango más oscuro y ahogarme, llevar mi boca hasta las podridas raíces y comer hasta ya no ser capaz de levantar mi propio peso.
miércoles, 17 de diciembre de 2008
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