miércoles, 17 de diciembre de 2008

Yira violada

1
Yira ha llegado a pensar que la vida es una especie de música, y que sólo hace falta una nota en falso para hacer sonar el acorde de la desgracia.
Tal vez su error fue no haber esperado la bendición de su padre. Él se quedó sentado, en silencio, mirando hacia un punto muy lejano detrás de las montañas. Ella no tuvo paciencia para esperar un adiós o una disculpa.
2
Un domingo llegó a López, la vieron en misa y todos los hombres hablaron de ella.
José la conocía desde que él era un niño. Sabía que a ella le gustaba bañarse desnuda en el río, a la misma hora en la que salen del colegio los chicos que espían ocultos.

Los domingos todos los jóvenes sin confesarse comulgan. Rodeados de imágenes sagradas y escuchando las lecturas sobre el amor y la pureza, no pueden evitar pensar que tal vez sea muy malo tener el cuerpo de Cristo sobre las manos pecadoras. Piensan que, tal vez, sea peor lo que hace ella. Haciéndoles creer que es inocente y que no sabe nada de la violencia con la que el semen salta tratando de alcanzarla.
3
En el pueblo corrió el rumor de que había sido violada. Yira no vuelve a bañarse en el rio, ninguna joven lo hace.
En su ausencia su imagen es reemplazada fácilmente.
Ya las caras y los cuerpos se combinan en la memoria y las manos simulan otros sexos en sumisión perfecta. Nadie conoce ya la identidad de su deseo.
4

Y el pueblo está lleno de semen, las alcantarillas están a punto de explotar. Nadie piensa que algún día, de la tierra brotará un rio blanco que inundará todo.
La única persona que sabe esto es Yira.

Ella Visita las casas de los muchachos cuando los padres están ausentes y les pide que lo hagan, como lo hacían antes. Ella se desnuda y los chicos tratan de tocarla, pero ella los aleja. Y el joven humillado deja salir toda su vergüenza en dirección al cuerpo que desea.
5
Ella sabe quién la miraba bañarse en el rio, los conoce a todos pues los miraba a los ojos cuando volvían a sus asientos con la ostia aún pegada al paladar.
6
Esa tarde Yira y José estuvieron Hablando de sus infancias, cuando vivían junto al mar y no tenían miedo a desnudarse, y se tocaban sin sentir ardor, pues sólo sentían la belleza bajo los dedos.
A José se le empieza a notar, por debajo de la, ropa el sexo sediento. Ella lo roza por encima de la tela y le pide que se toque. Ella se desnuda junto a un río que corre en el televisor, el único testigo de la escena.
José trata de traerla hacia sí para besarla pero Yira le da la orden de quedarse quieto y continuar.
Y José obedece, pues cree que por su obediencia será recompensada.
Y sonríe hasta que nota el brillo de la hoja del cuchillo oculto entre el pelo de Yira.
La imagen de un hombre con el cuello abierto lo hace detenerse y mirar a los ojos de la mujer desnuda.
-Ya sé cuál es tu secreto Yira, yo sé a quién buscas, pero estas perdiendo el tiempo aquí porque yo no soy-
Yira se queda mirándolo un momento, después poniendo un dedo sobre sus labios le ordena el silencio. Coge entre sus manos la cabeza de José, lo hace arrodillar y estruja el rostro de él contra su pubis. Con su dedo meñique le indica que en ese punto exacto debe poner la punta de la lengua. Así Yira comienza a gemir y José siente que la brusquedad de la chica lo lastima. La mano libre de ella se ha deslizado hasta el sexo de él, ahora flácido, ahora excitado; y la violencia contra su rostro es anulada por la otra violencia. Ella se se queda quieta y lanza un grito, el orgasmo, piensa él.
José desde hace un rato se ha vaciado sobre uno de los pies de Yira, y su semen se filtra entre los dedos de la muchacha.
José está seguro que su placer vendrá después, al recordar esta imagen, y sólo entonces se sentirá afortunado.
José aún está arrodillado cuando Yira cierra la puerta.

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