lunes, 2 de febrero de 2009

desde que te fuiste

La casa está llena de ruidos, unos quejumbrosos, otros parecidos al silencio, todos me torturan. Él no hace sino reclamar los espacios, extenderse por toda la casa hablando con una autoridad que difícilmente llegué a aceptar en ti. Busca espacio, cada cuarto de la casa es su espacio, sus libros están regados por todos lados, sus vasos, sus lápices. No me atrevo a moverlos, sé que se seguirá extendiendo, sé que seguirá llenando la casa con sus cosas, pero cualquier reproche mío sería una invitación a acelerar el proceso que él cree tan natural como esperado.

Mi casa es sepulcral, mi vida es pobre. Ayer contaba junto a él unas propinas que dejaron unos marineros en el bar donde trabajo. Recuerdo que uno me tomó de la mano y me dijo que me fuera con ellos, que dejara una vida que no se parecía a mí y me fuera con ellos, que un cuerpo joven siempre será amado si se es marinero.
No pienso dejar la casa, mi corazón no sucumbe ante esos cuerpos acabados, ante esas miradas turbias por haber visto el mar a medianoche. Mi corazón no se movió de su sitio al escuchar las palabras del marinero, pero mi cuerpo tembló, ten piedad de mí me decía, envejeceré y terminaré en la tierra, quiero ver el mar, quiero ver otros cuerpos desnudos.

Nada de eso lo sabe él, tranquilo sigue regando sus cosas por la casa, hablando de política y literatura de una manera tan insoportable que tengo que concentrarme en uno de esos ruidos malevos, torturantes, algún residuo del tono de su voz, extravagancias que rondan sin encontrar destino, únicas cosas soportables que pueden salir de sus cuerdas.

Dice que me ama, que no le importaría si mañana lo dejara por otro, que hace las cosas por mí y luego cita a alguno de esos autores que nosotros conocíamos tan bien y que me recuerdan el tiempo en el que tú y yo éramos felices. O no, no felices, el tiempo en que éramos simplemente, en que yo tenía un cuerpo, en el que no envidiaba el destino del hombre que cruza el mar y no tiene ningún lugar que lo retenga.
Me retienen los lugares que habitamos, me retiene esa luz junto diván o esa banca en el parque donde siempre te sentabas. Me retiene la casa, esa misma casa que él se a empeñado en poblar con sus cosas, sus libros, su ropa, con los periódicos donde aparece algo relacionado con su nombre, con los ceniceros llenos de colillas de cigarrillos Larry, ceniceros que tú una vez llenaste con colillas de cigarrillos Frank.

Ayer fui al cinema a ver una película, una película horrenda que sé que te gustaría. Me quedé mirando la pantalla blanca después de que había terminado. Pensé que prefería quedarme allí entre sillas rotas, entre montones de basura y crispetas regadas en el suelo, entre bebidas que nadie querrá terminar; me gustaría quedarme allí y no tener que volver a la casa viendo como él, cada vez con más miedo y con más impertinencia se va apropiando de todo, con su sonrisa falsa, con sus estúpidos intentos de hacerme feliz.
Hoy por primera vez me fijé en sus ojos, parecían los de un condenado a muerte esperando por última vez el indulto.

1 comentario:

humanopteros dijo...

que bien dejar que la abstraccion de lo que somos a veces se imponga,pero tambien sacarla de nosotros mismos para verla y diseccionarla.