lunes, 16 de febrero de 2009

Parábola del pescador

El pescador se acerco a mí, traía en su cuerpo el olor del mar, de la sal y la violencia.
Quiso saber adónde había llegado, no supe decirle. Tendió a mis pies su red y habló de su pasado, quiso decirme algo más pero recogió su red para irse. No fue fácil decirle que escuchara mi historia. Quiso saber el pescador cual era mi raza y mi patria, pero sólo escuchó mi historia. Me entregó su red y me dijo: ahora tú serás el pescador.

Pescador: si la tierra te hace daño, no la abandones. Da impulso a tu barca y sube, entra en el horizonte, pero regresa.
Se que la tierra te ha cansado y te ha dolido, pero es mejor así. No te olvides en el mar, no te enamores del mar por los presentes vivos y brillantes que descubres en tu red. No estas hecho para vivir en él y tu barca no es casa segura. El mar es demasiado grande para que tú lo puedas poseer. El mar tiene demasiados amantes bajo sus sabanas, no te podrá amar a ti.
Pescador vuelve a la tierra

Sobre el mar soy feliz, cuando toco su piel con mis dedos siento mi piel, si miro sus aguas, miro mi reflejo.
No quiero ser pez, no quiero ser parte del mar. Quisiera ser dueño del mar u otro mar.

Cuando llego a la playa pescador: -dicen muchos- muéstranos que pez te ha dado el mar, que pez le has robado, que formas y colores, que vidas te pertenecen. Entonces les muestro mi risa y mis carnes huecas y mi piel tostada. No he inventado las palabras para decirles lo que es el mar, como decirles como son los peces y como luchan en las manos, de cómo sus bocas piden sin descanso el beso del agua. Mi red esta vacía, pero no estoy triste. Han dejado un brillo en ella.

Sobre la orilla veo muchas veces gente rodeando el cuerpo de alguno o esperando que el mar les traiga un cuerpo. Paso junto a ellos y voy hacia mi barca y siento que me odian. Se que piensan que el muerto debería ser yo, me llevo su tristeza.
Recuerdo que yo no merezco la bondad del mar, no merezco estar tranquilo sobre él y me da miedo que él mar me abandone a mi suerte o a su oscura voluntad.
Mar en ti no confió pero que pronto me abates el miedo cuando sobre mis pies siento tus aguas, cuando subo a tu cuerpo en una barca, cuando sube tu olor. Tus olas salpican y golpean el bajel, me adviertes, pero no quiero entenderte y espero que, también hoy, la suerte me oculte tu rostro verdadero.

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